domingo, 20 de julio de 2014

En sintonía con el mundo I

No me apetecía volver a casa tan pronto. Me di cuenta porque me sorprendí a mí mismo pedaleando lentamente, remoloneando por caminos diferentes a los habituales. Al entrar en la plaza de la catedral me encontré con la viva mirada de mi amigo el reportero de la tele, que me saludó sonriente a varios metros guiñándome el ojo. Se estiraba coquetamente las solapas de la chaqueta en las que un técnico de sonido le acababa de colocar un micrófono. Seguí pedaleando cada vez más despacio sin pensar, sin levantar ahora la vista del suelo para evitar cruzarme con la mirada de nadie conocido que pudiera interrumpir mi plancentero estado de evasión

Pero estaba en la Plaza del Obradoiro, en pleno kilometro cero del Camino de Santiago, hervidero de turistas que se comunicaban a gritos entre ellos: -Oyeee, noh zacah una fotooo? -le gritaba una turista a un peregrino que caminaba descalzo con los pies rojos y pelados por el sol, con una gran marca blanca de la tira de las chanclas atravesándole los empeines. -Oye, que zi noh zacah una foto! -le repetía a gritos. -Cariñoo- le decía su marido- páralo que ze te ehcapa; que no veh que lleva loh cazcoh? No te oye, sielo!-

Pedaleé unos metros más alejándome del griterío y del escándalo. Cada vez más despacio hasta que, como por instinto, me detuve. Me sorprendió descubrir que estaba parado en el lugar exacto en donde me había encontrado con Amanda el domingo. Cuando llegué a la cita con ella me la había encontrada tumbada en el suelo, con las piernas cruzadas, ensimismada mirando otra vez la fachada de la Catedral como antiguamente. Al verme se levantó y nos dimos un intenso abrazo por primera vez después de diez años. Sentí curiosidad por ver lo que ella estaba viendo cuando la había sorprendido al llegar aquel día. Amanda, en su año de Erasmus, se quedaba siempre extasiada mirándola. Le fascinaba porque según ella en EEUU no había nada tan antiguo. Sus críticas profanas me mataban de risa ya en aquel entonces. Me bajé de la bici y me tumbé en medio de la plaza, recostándome sobre mi mochila. Y cuando por fin alcé la vista, me encontré con La Catedral. 
(continuará)

lunes, 7 de julio de 2014

El sapo y la princesa

Han pasado los tiempos de la galantería, aquellas épocas altisonantes y victorianas en las que la gente mascaba con desgana manjares en tenedor de plata.

Pero qué se le va a hacer... es el galope de los siglos.